Por Emiliano Herrera (@memiherrera)
Especial para DISCOS PERFECTOS
Amanece nublada La Habana. Aunque el calor es intenso, eso
no nos priva de un buen cafe y fruta bomba para encarar lo que sabíamos iba a
ser un largo día.
Decidimos que la jornada debía comenzar con los
protagonistas, así que fuimos hasta el hotel donde se alojaba la más grande
banda de rock de la historia.
Uno esperaría encontrarse con hordas de fanáticos agolpados
esperando que asome algún brazo por cualquier ventana y creer que es su Stone
favorito. Pero nada de eso sucedía.
Solo encontramos un yanqui, algo viejo y con la cara más
roja por el alcohol que por el sol del Caribe, con su remera del Ole Tour y un
vinilo de un viejo y desconocido compilado Stone.
Después de solicitar una entrevista que fue negada en
exclusiva (?) para este blog, comenzamos a recorrer la Habana Vieja para saber
si al menos allí encontrábamos indicios de alguna fiebre Stone.
Entre sus calles angostas y coloridas, atestadas de turistas
asomaban tímidas muy pocas lenguas. Hasta ese momento tamaño acontecimiento
parecía no importarle demasiado a los cubanos. Hartos ya de la caminata
decidimos comer en un paladar. Los gritos, la música y sobre todo el alcohol
nos hermanaron con dos mejicanos y tres valencianas que a cada paso que daban
al ritmo del son cubano del lugar sudaban toda la sensualidad del viejo mundo.
Luego de un exhaustivo desfile de botellas, bailes, discusiones
políticas y más brindis nos dimos cuenta que había volado el tiempo y que si
queríamos ser testigos de tamaño evento debíamos apurarnos.
El plan era sencillo, volver hacia el Vedado, una ducha para
reponernos, encontrarnos con las españolas y asistir al concierto de rock más
grande en la historia de la isla.
Desinteligencias producto de tanto ron hicieron que no
volvamos a ver a esas bellas europeas. Así que pronto tomamos un taxi que nos
lleve a la Ciudad Deportiva.
Como en cualquier evento masivo, las últimas cuadras fueron
a pie, junto a miles de cubanos y turistas. Por momentos me recordaba a los
recitales del Indio, pero solo por la cantidad de gente, ya que no existía el
fervor de su público.
Llegamos con los primeros acordes acordes de Richard y una
calurosa bienvenida de la gente.
El sonido, el mismo de toda la gira, impecable para un lugar
tan amplio. Las pantallas de altísima calidad permitían ver cada arruga del
viejo Keith desde cualquier rincón de la ciudad deportiva.
En cuanto a la gente, cabe decir que fue muy raro estar
entre un público tan distinto al argentino. Hace quince días atrás vivía en
Tandil una de las más maravillosas ceremonias que la música pueda dar. En
cambio aquí se parecía más a esos recitales europeos, donde todos procuran
mantener una distancia prudencial con el otro. Hasta me han pedido que deje de
saltar justo cuando Paint it Black se ponía más intensa.
Jagger hizo lo de siempre, entre sus incansables movimientos
y algunas frases en español, seducía a una ciudad que ya estaba entregada a un
show que no fue distinto a otros de la gira.
Cuba, que siempre es visitada por miles de argentinos, esta
vez también se hicieron notar. Durante casi todo el show, en las pantallas
detrás de Mick, siempre flameaba una bandera Argentina, para decir una vez más
que la patria Stone excede cualquier frontera. Así que...
Hasta la próxima gira. Siempre.
Rock o Muerte.
Venceremos
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